¿Puedo tener apego a mi trabajo?
Por: Yina Mateus
Tiempo de lectura: 4–5 minutos
Hay temas que evitamos mirar porque tocarían fibras que preferimos mantener en silencio. El apego al trabajo es uno de ellos. Y no porque trabajar sea “malo”, sino porque, muchas veces, se convierte en el refugio emocional que construimos cuando todavía no sabemos cómo sostenernos por dentro.
El trabajo nos da identidad.
Nos da estructura.
Nos da una sensación de valor y pertenencia.
Pero también puede convertirse, sin que lo notemos, en el lugar donde guardamos nuestras heridas no resueltas, nuestros vacíos antiguos, nuestras ganas de sentirnos suficientes.
Cuando el trabajo se vuelve el lugar donde te escondes de ti
Quizá esto resuene contigo:
Tu cuerpo pide descanso, pero tu mente te exige un poco más.
Las noches se vuelven una extensión de tu jornada.
Los días libres no se sienten libres.
Y desconectarte se siente tan incómodo que prefieres seguir “avanzando”.
Ese cansancio que no se quita durmiendo.
Ese nudo en el pecho.
Esas vacaciones donde sigues contestando mensajes.
Ese impulso de comprobar que no estás quedándote atrás.
Cuando descansar da culpa, cuando el silencio inquieta y la pausa se siente peligrosa, no estamos frente a un simple hábito laboral: estamos frente a un vínculo emocional profundo, un tipo de apego que se sostiene más en el miedo que en el disfrute.
Y sí, aunque casi nadie lo diga:es posible tener apego al trabajo. No por cuánto lo amas, sino por lo difícil que se vuelve soltarlo.
El cuerpo lo sabe antes que tú
Antes que la mente lo acepte, el cuerpo lo susurra:
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olvidos frecuentes
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irritabilidad sin razón evidente
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sensación de saturación constante
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sueño en momentos extraños
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agotamiento que no se calma
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dificultad para decidir
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esa presión en el pecho cuando intentas detenerte
- ideas geniales para implementar que aparecen en las madrugadas
Esas señales no aparecen porque estés “fallando”.
Aparecen porque hay un límite que tu cuerpo ya no puede sostener sola.
Pero nadie nos enseñó a escucharlo.
Crecimos aplaudiendo la exigencia, glorificando estar ocupadas, celebrando la productividad como si fuera la medida de nuestro valor. Creyendo que somos porque hacemos y logramos.
Quizá viste a tus padres no detenerse nunca.
Quizá aprendiste que ser responsable era sinónimo de sacrificarte.
Quizá la niña que fuiste tuvo que crecer muy rápido… y esa niña aún no sabe cómo descansar sin sentir culpa.
A veces eres la mujer que se exige hasta romperse
Eres fuerte.
Eres brillante.
Eres capaz.
Y por eso, cuando llega un cambio, tu primera reacción es: “Tengo que poder con esto también.”
Pero por dentro estás agotada.
Tu corazón pide un respiro.
Tu cuerpo pide una pausa.
Y tú… no sabes cómo dártela sin sentir que estás fallando.
Ese es tu llamado.
No a hacer menos.
Sino a escucharte más.
Mini ritual de 3 minutos para soltar el trabajo desde el cuerpo
(un primer paso para regular tu sistema nervioso)
Este ritual no busca que “trabajes menos”.
Busca devolverte a ti.
Regresar tu cuerpo al presente.
Recordarte que no eres una máquina: eres una mujer con corazón, límites y un sistema nervioso que necesita espacio.
Dura 3 minutos. Hazlo cada vez que sientas que el trabajo se te mete al pecho.
1. Aterriza (40 segundos)
Cierra tus ojos.
Coloca una mano en tu pecho y otra en tu vientre.
Respira lento y profundo.
Pregúntate: “¿Dónde siento el trabajo en mi cuerpo ahora mismo?”
Pecho, mandíbula, espalda, estómago.
Lo que aparezca está bien.
Solo escucha.
No corrijas.
No juzgues.
Tu cuerpo siempre sabe.
2. Suelta un milímetro (60 segundos)
Inhala por la nariz contando cuatro.
Sostén un instante.
Exhala largo… como si soltaras un peso invisible.
Mientras exhalas, repite interiormente: “Puedo descansar un momento. No se cae nada.”
Esta frase desactiva el “cuerpo de alerta laboral” y baja el cortisol.
3. Cierra con un gesto simbólico (20–30 segundos)
Elige uno:
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poner en reposo el computador con intención
-
soltar tus hombros
-
cruzar tus brazos sobre tu pecho y darte contención
-
estirar tus manos hacia adelante y sacudir suavemente
Mientras lo haces, repite: “Yo también merezco descanso.”
Este pequeño gesto envía una señal clara al sistema nervioso: el peligro terminó: puedo volver a mí.
4. Una pregunta honesta (20 segundos)
Escríbela o piénsala: “¿Qué estoy intentando demostrar trabajando tanto?”
La respuesta no siempre llega rápido. Pero esta pregunta abre una grieta de verdad. Y por ahí entra la luz.
Este ritual no resuelve todo. Pero abre un camino.
Un camino que no te pide abandonar tu vida laboral, solo dejar de abandonarte a ti.
Un camino para empezar a soltar el apego al trabajo desde el cuerpo, la calma y la honestidad.
Y si este tema tocó algo en ti (si sentiste un respiro, un nudo, una verdad) quiero acompañarte más cerquita.


